Uno de los personajes populares y queridos de Maracaibo sin
dudas fue Rubén Aguirre, llamado por sus amigos como ·El negro Rubén” y por la mayoría
como Rubén el campanero, ya que ejerció esa labor por 50 años ininterrumpidamente,
desde 1921, en la Iglesia San Juan de Dios o Basílica de la Chiquinquirá. Tenía
un don sobrenatural para sacarle sonidos a las campanas y ha sido el único capaz
de sacarle a estas las notas del
Himno a la Chiquinquirá y el Ave María; el Ángelus y otros cantos con
sobrada maestría, Era de carácter afable, sencillo, amable, alto, moreno, gordo, y como todo maracucho poseía una jocosidad a flor de piel, y frases como
“Tengo el puesto más alto de Maracaibo y soy quien gana menos” eran
comunes. Entre 6.00 y 7.00 de la mañana se tocaba el primer repique para
anunciar la apertura del templo, a las 12.00 del mediodía el
segundo y a las 6 de la tarde el
tercero, que anuncia el inicio de la última misa del día. “Acostumbraba
dormir las siestas en el campanario para no faltar a sus obligaciones. Se
amarraba el cabestro al dedo gordo del pie y, al escuchar la hora en el reloj
de la Iglesia, empezaba a mover las campanas con tanta maestría que parecía que
lo estuviera haciendo con las manos”. Además Rubén se encargaba de encender los fuegos artificiales durante las
festividades de la virgen, de quien era un ferviente adorador. Antes de las
fiestas patronales siempre salía con un enorme farol o banderas y en la
procesión del 18 de noviembre, se quedaba en la torre tocando las campanas
hasta que la Virgen se alejara como unos 200 metros. Entonces, bajaba corriendo
y acompañaba a la feligresía hasta que faltaran unos 200 metros para el
retorno, se volvía otra vez en carrera, subía a la torre y hacía cantar las
campanas. “Muchos han sido buenos campaneros –dicen los devotos- pero
nadie pudo tocar como él. Es un arte. Las campanas eran suyas”. En una de esas festividades le estalló
una recamara en la pierna causándole una herida que nunca le sanó y terminó por
llevarlo a la tumba.
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