Algo que caracteriza a nuestra gente es la relación personal que tienen con su
entorno espiritual, el cual lleva al mismo a
ser parte del diario vivir y a tomarlo como un ingrediente más que
genera sentido de pertenencia individual el cual se refleja en el dialecto al darles
a esos personajes etéreos apodos cotidianos. De forma tal que la patrona del
estado en lugar de llamarse Virgen de Chiquinquirá se le conoce por el nombre
acá estudiado, y esto es porque la misma posee rasgos indígenas y se le llaman
a estas personas chinas por la forma rasgada de los ojos. Es muy raro que un habitante
de esta tierra, sin importar su estrato socio económico no llame de esta manera
a su patrona espiritual cuya historia data desde el siglo 18 cuando la anciana
lavandera y residente del Saladillo María Cárdenas encontró una tablita en el
lago mientras realizaba sus labores allí y la llevó a su casa colocándola de tapa para la tinaja de agua y
luego al ver los rasgos de una imagen la guindó en la pared y el 18 de noviembre
de 1709 esta se iluminó y la imagen de la Virgen antes borrosa se marcó
claramente en la madera, por lo que sorprendida y emocionada salió gritando a
la calle “milagro” “milagro”. Fue el comienzo de una devoción que traspasó los límites
de la humilde casita y ante la imposibilidad sobrenatural de llevarla a la
catedral, lugar visitado solo por la clase adinerada de la época, y ante la opinión
general que esta no deseaba estar con los mantuanos sino con el pueblo desposeído
se le se le
llevó a la ermita de San Juan de Dios, santo venerado por los humildes para que
los sane y le devuelva la salud en el sitio
donde hoy está la Basílica. “Me voy para
la procesión de la chinita”
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